
Interpretaciones del Carpe Diem
Confesiones de un gremio al que aprecio, y respeto, pero al que también hay que regalarle palabras de sencillez.
Hace meses conocí a un par de borrachos
sumisos a la opulencia social de un gremio.
Fueron un par de horas,
no necesité más para levantar el tapete de su paradero inerte
mantenido a base de un polvo blanco de selva ilícita
que financiaban con el intelecto acumulado de los años,
y los malabares de un bisturí sediento de tiempo orgánico.
Un par de décadas invertidas al banco del conocimiento
en la búsqueda del dorado sudamericano
para convertirse en vámpiros de amanceres
que traían nueva luz a sus enfermos, pero oscuridad para sus espíritus.
Los recuerdo como un par de bocazas incansables frente a mí,
un hombre de pueblo.
Sentado a su lado,
escuchaba como devoraban turnos para rellenar los cimientos de su status,
no fueran a excluirlos del eslabón pudiente que rendía ahora sus cuentas
y volver a comer mierda,
sintiendo una vez más la popularidad de sus orígenes.
Para muestra los ojos del más pequeño,
-y más estúpido-.
No habitaba la vida en sus retinas,
medio yertas,
como la carne angustiada
que rajaba y resucitaba robóticamente
bajo una luz inhóspita
en salitas claustrofóbicas desalmadas por su reputación,
donde hacía tiempo había desalojado a la empatía
para albergar los dictámenes de su codicia.
Su proceder solo entendía de códigos y coordenadas insensibles a la felicidad.
Felicidad que instalada en castillos de aire y en forfaits puntuales en clase deluxe para hacerse sentir algo más humano.
Imperio que orgullosamente exhibía a su amigo, y compañero de clan,
en su flamante tecnología de Silicon Valley.
También presumía de la colección de faldas que atraía su bata adinerada al recorrer los pasillos clínicos,
detallando que a más de una le temblaban las piernas al percibir su aura.
A él no le temblaba el pulso, y menos el alma, al mirar a sus pacientes.
A su vez,
el otro carnicero se reía, y le seguía el juego como buen secuaz,
poniendo sobre la mesa su última gran orgía.
Relato que describía mientras agarraba la sortija de su dedo anular.
Sumergidos en un mar de tequilas me aventuré a preguntarles por su consciencia.
El más estúpido, comentó que era una de esas noches que pagaría porque le llamaran Vida
-imagino para que, al menos, en su nombre albergara un resquicio de humanidad-
Abrazado en cuerpo -pero no en espíritu- a este par de idiotas
agarré el trago y con mano en alto
repudiando sus sonrisas bisturí
brindé por una larga vida
despreciando cada uno de los pilares de su asqueroso Carpe Diem.
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