
Padres de un mismo mar
La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran.
Paul Valery
Eran padres,
y se despertaron a la par, pasadas las cinco.
La responsabilidad ya les pesaba en la almohada.
El cielo se había descorchado
pues no era capaz de sostener
una tempestad sorpresiva que anudaba los dos continentes
anunciando la oscuridad de un día que marcaría el paradero de un buen puñado de vidas.
Desde la ventana,
poniendo los ojos en la rebelión salina del estrecho se ajustaron sus mejores galas,
mientras las razones de sus vidas seguían en cama inmersas en el curso de sus sueños
-seguramente, bien dispares a los suyos-.
Delante del espejo, y a la misma hora, oraron a sus diferentes dioses para cepillarse la consciencia,
y pedir por su particular coartada.
Ya en la calle, en dirección a su propósito,
bordearon las orillas que enmarcaron sus infancias,
sorteando una gradería de aguas acompasados por las mareas azules de poniente
que inútilmente intentaban descoser un pacto irreversible;
pues bien es sabido que lo que separa la naturaleza
el género Sapiens lo vuelve a vincular de algún modo.
-Así lo han arbitrado las plumas de la historia-.
Plumas que esta vez sacaron de sus bolsillos de Armani
sufragados por el dolor de su misma estirpe,
y que pesadas como balas de cañón sonreían al
recorrer las cláusulas guerrilleras
de un contrato que descolgaba del mapa el devenir de un pueblo.
No parecía la tinta de sus firmas lucrativas correr al ritmo del latir de los corazones que aún dormían en las extremidades de dos continentes con suerte dispar.
Cada padre en su orilla desplegó su arma,
presionando el gatillo sin remordimiento,
y en el mismo instante.
Una firma a favor de la sangre,
sangre que de nuevo teñiría de rojo el margen débil del mar azul.
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