
¿Rico o pobre?
“Yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social” Federico García Lorca
Son los mismos de ayer y de mañana,
los veo a diario.
Aquí, justo aquí, pasan de seguido por mi lado.
Los escucho respirar más muertos que vivos.
Pero ya no dan pena,
lo digo bien alto.
He domado a mis pulmones,
y mi esperanza ya no tiene aliento para nadie,
pues que se puede esperar de quien se regocija en el bucle de la miseria
o de quien construye castillos de cuarzo
a base de rodillas ripiadas por la limosna.
Qué podemos esperar de quien apedrea su casa día tras día
cuando es de ella de quien depende el oxígeno y el fruto de sus entrañas.
Ricos o pobres,
que más da el bando.
Seres a los que se les ha concedido el derecho de vivir;
derecho, pero no olviden, también deber,
pues no entienden que es un tesoro que deben preservar.
Hoy empieza otoño, una estación desesperanzada para una mente de occidente,
quizá por ello mi desaliento, más que ayer, agoniza en el pensamiento del desequilibrio de la vida,
del desaprovechamiento cósmico e irrepetible de estar aquí todos unidos sobre el mismo giro,
bajo el mismo azul, bajo el mismo viento.
Del mirar a mi alrededor y sentir gris
pues los sentidos los tengo sedados por falta de novedades.
Ya ni hiere:
La popularizada búsqueda de la felicidad.
La regresión ética de la consciencia.
La evolución desequilibrada del género y la raza.
La irreversible desconexión de la carne y el espíritu.
En fin, la involución de la especie.
Toda una especie anestesiada por placeres físicos mundanos, golpes de culpa y caridad.
Pero, para qué dejarse la vida o beberse la de otros por un placer corpóreo,
si es un bien fugaz que no se puede encerrar en un frasco para siempre.
Para qué la caridad,
para qué engañarnos,
si su fuente brota en los manantiales eternos de la inequidad del bienestar.
Para qué tantos golpes de pecho en intramuros: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Si los ruegos y los golpes no se convierten en acciones de extrarradio.
O su amiga moral la compasión,
que encubre la acción del poderoso,
pues el acto compasivo no extirpa per se,
solo alivia los síntomas,
mientras la metástasis del conformismo se enraíza y multiplica dentro de los cuerpos desfavorecidos,
como se multiplican las carteras de quienes se cepillan la consciencia
comprando su salvación eterna con el par de monedas
que demandan esas ánimas habituadas a la pena.
¿Por qué la equidad próspera es solo utopía?
Es hora de enseñar a los que quieren entender los dos lados del moneda.
¿Por qué no se castigan a quienes luchan en su contra
y apuñalamos la suma de sus egos y su vicio de poder?
¿Por qué no ser más sencillos e inteligentes,
y aprender a ser como ellos?
Los animales.
Mostrarle al mundo cómo respetar los tiempos y los espacios,
entendiendo como ellos el equilibrio de la vida.
Sapiens sin alma, pues lo mismo la compran que la venden, no la trabajan.
Sapiens pertenecientes a la misma historia: jefe rico, pueblo pobre;
Sapiens sumisos y sedados por la codicia de la gran tarta,
ya sean del bando de los que reparten o de los que aceptan sus migajas.
Ricos o pobres,
que más da,
si ambos sostienen este mutualismo sinrazón que encañona a unos y camufla a otros.
Y mientras tanto qué, te preguntas.
¿Qué carajo puedes hacer para cambiarlo?
Hay días que siento que nada,
puesto que el otoño empieza,
y la desesperanza brota,
y los meses pasan,
y la historia se repite,
y nada cambia, no,
nada cambia.
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