
Las letras del analfabeto
Nunca supe que los brochazos color fiebre amarilla de aquella tarde sin prisa en citta slow, con los que altruistamente pagaba la ternura de una acogida rebosante de sonrisas envueltas de endorfinas sanadoras, me conducirían a la calidez de mi nuevo personaje. De espaldas a él, coloreando la barandilla de una quebrada, dejó caer el color cándido de su voz sobre nuestra pintoresca faena, petición de Doña Léiber Sofía Peña, quien minutos más tarde me lo presentaría como padre.
Apareció interrumpiendo esos pensamientos que flotan en las mentes disfrazadas de carnavales utópicos, “Las realidades existen porque se cree en los sueños”; idea que consumía la monotonía de mi actividad y que no tardé en corroborar con los relatos de vida de Don Vidal Peña, cuando al día siguiente lo visitaba en su puesto de mecatos (golosinas) en una de las esquinas del parque principal.
Santanderino, pero del sur -recalcaba vehemente sus orígenes- no conoció su infancia un mundo donde todo se le presentara resuelto de antemano. Cautivado por una dicción clara y pausada me abrió la llave a un festín de recuerdos duros y entrañables. Los tiene aún muy presentes; a su favor una memoria ilustre que utiliza para enamorar oídos inquietos que curiosean su pasado de fuego. No gozó de una educación decente a la que acostumbramos en el occidente del bienestar, conoció el vacío del mundo a los cuatro años, cuando ambos progenitores desaparecieron, dejando su desconsolada niñez a mano de sus abuelos. Abuela que fallecería en su primera decena de vida. Ajustándose la rebeca de rombos oscuros recuerda que aquel día se sintió solo, y lloró mucho, así lo refleja en las primeras líneas de su libro. Un sentimiento de desamparo que se esforzaba por mantener al margen del corazón.
Su habilidad comunicadora viene de cuna; lector y escritor con altas dotes de autodidacta. Obligado en la responsabilidad del pan diario consiguió con lágrima de sangre que su abuelo le permitiera aprender a leer en las veredas de Belleza. Pueblo natal, que pronuncia con un acento irrepetible. En una escuelita de campo, atestada de personitas de edades dispares y futuros parejos inició su andadura en su cariño por las letras. Es Don Vidal una criatura que irradia serenidad, un lector empedernido, un narrador infatigable desde sus primeras cartas a las historias que a día de hoy dice seguir escribiendo con papel y pluma en su refugio de golosinas. Un caballero santanderino de finos trazos, que apaciguó la dureza de una vida de ausencias con amor y valentía. ¿Y no es enamorarse una cuestión de valentía? Cuenta que en Belleza cuando sus años acariciaban la llegada de la pubertad sintió por primera vez la llamada al arte de amar. Encontró su musa. Quiero imaginar que la visionaba cogida de la mano en los paseos semanales camino al pueblo. Afortunada la chica, descifró su primer sueño. Un sueño envuelto en papel de aire que convirtió en carta para ella. Fue esta criatura, tres años mayor que Don Vidal, el catalizador de sus anhelos por la escritura. No le bastó más que curso y medio para alcanzar la destreza motriz necesaria que le permitiera regalar la suave melodía de sus palabras a una mujercita de adolescencia pueblerina, quien también románticamente acudió al género epistolar en su rechazo a compartir los inocentes recovecos del primer amor. Sonríe Don Vidal rememorando la hazaña. Me cuenta en sus detalles recónditos, que ha llovido mucho desde aquella carta, la chica se hizo mujer, y cree que casada aún vive en Belleza. Tras años de duras experiencias, en el transcurrir de mundos contrarios el pisó Pijao, y trató la fertilidad de su tierra de sol a sol, hasta hacerse con el puesto de mecatos, que después de cuarenta años todavía permanece en la misma esquina dando luz a la plaza.
A día de hoy, se considera un pijaense más; personaje querido y respetado, padre y abuelo honorable, y autor de “Las letras del analfabeto”. Libro que expone en su carrito de cristales y lata color horizonte, para que no caiga en la trampa del olvido. Don Vidal sigue en su relato apacible, y yo palpo las primeras líneas de su memoria más sentida. Disfruto de la revitalizadora candidez de su discurso, de su coraje por no someterse al imperio de la razón, por creer en él, por ser valiente, y enamorarse como lo hacen los espíritus limpios e ilógicos. Ahora entiendo su interrupción cuando mi mente flotaba disfrazada de carnavales utópicos, y es que como divulga este galán en su ejemplo de vida “Las realidades existen porque se cree en los sueños”.
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