
Niña de Pereira
Y allí, en la penumbra de voces dispersas y esperas convencionales, cada uno petrificado en su lado del banco, obviaron la franqueable barrera de encontrar sus palabras.
Niña de Pereira,
El inicio del día azota nuestros andenes,
y sigues coqueta como en aquellos amaneceres.
La realidad de la pasada noche marca que viajo sobre horas no vividas.
Suenan gritos de corazón muy adentro,
esos que solo la sangre más ligera se sensibiliza a reconocer.
Niña de Pereira,
es tu aroma andino y tu color cafetero
quien titubea mis pasos en tus cordilleras paisas.
Desafío las lomas quebradas por martillos gravitatorios
cuando descifro que eres incierta en el miedo,
que el pardo que se pierde en mi iris verde aceituna
es el mestizaje que siempre añoraste.
Así como yo añoro el futuro de ayer.
Por eso volví a explorarte.
Para endulzar nuestro nunca jamás de alientos criollos
y convencerme de que tu boca es una mentira
que no miente nunca.
Niña de Pereira,
mi memoria opaca,
la que no marchita al imán de tus labios,
resuena en el azaroso mar de caras finas de esta terminal del olvido.
Pero ahí estás,
Niña de Pereira,
deseosa de estar segura en tu sueño al otro lado del banco.
Tapiando nuestros recuerdos con nudos de miradas interminables
en este desierto ausente de olores cálidos y susurros dulces,
que sé que añoras.
Y mientras agoniza la creciente espera,
aquí, en este cielo de altura,
me conformo con una mirada de aire impersonal
que infle el alma y abrace nuestro silencio.
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