
Cuando conocí el horizonte
Hace días que me cuento los sueños en ayunas
que mi yerta fantasía diurna
intenta restablecer un corazón alborotado por la nostalgia.
Al menos he aprendido a sobrevivir a los enigmas de los sueños,
esas viejas locas historias dubitativas en las que aún me refugio
¿Y qué es soñar, sino una incertidumbre?
Guiado por el laberinto de esta incertidumbre
pisé la bendita tierra de esta finca,
y el tiempo titubeó ante su silencio instantáneo
estremeciéndome el aliento mágico de su bienvenida.
Su olor frutal.
La sinfonía cariñosa de su fauna.
La armonía arquitectónica de su flora.
El carisma de su caserío.
El color de sus horizontes.
El sabor de su tradición.
Todo guardaba el espacio que la belleza marca a los cuerpos perfectos.
Fue una conexión que existió solo un instante,
pero que aumentó el peso del corazón
y la vida del alma.
Antes de que la luna desapareciera
y llegara el sol de mañana
aproveché mi memoria incandescente,
y esperando una cena temprana
tracé ese recuerdo como una primera bocanada de aire,
convirtiendo Finca Horizonte en mi nuevo enigma por soñar.
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