
La sencillez de un páramo en los ojos de D. Alberto Hincapié
Me espera pacientemente sentado sobre las hierbas en un cruce de veredas a medio kilómetro de su finca. La noche anterior tras conocer nuestras voces acordamos mi llegada a eso de las 9; su mujer me estaría esperando en la capilla Sagrado Corazón de Jesús a pies de la carretera que une los municipios de Sonsón y Nariño. Me comenta con acento campechano y risueño que el trayecto hasta su casa se demora unos 45 minutos a pie, pero para mi sorpresa un caballo me espera a la entrada de la vereda. No vivía una experiencia ecuestre desde los diez años cuando montaba los ponys en la feria del pueblo. La señora de Don Alberto me da unas rápidas y escuetas indicaciones, y sin darme tiempo a que la duda aparezca tiro del caballo a sabiendas de mi inexperiencia. El firme es rocoso, senderos irregulares en pendiente trazados sobre las escarpas del medio natural; confiando en el buen hacer del caballo, me tranquilizo y enmarco no solo en fotos, sino también en letras la variedad de matices en formas y colores del relieve andino. Siento pena ante el esfuerzo de mi nuevo amigo, omito el consejo de azotarlo para ganar ritmo, es Don Alberto en nuestro encuentro quien caminando a medio metro de las patas traseras le tira de la cola provocando la reacción acelerada del animal. En el porche de su casa me abandono al rumor del viento, hipnotizado por el manto verde ondulado que cada mañana, os aseguro, proclama unos buenos días con otro sabor. Como el sabor del chocolate calentito que mi anfitrión insiste en regalarme para la larga expedición que tenemos por delante. Le encanta el chocolate líquido; manifiesta que siempre le proporcionó esa fuerza para la batalla diaria en el campo. Acompaño el calor de la bebida con una rosquilla azucarada rellena de arequipe, escuchando la manera dulce que tiene Don Alberto Hincapié Panesso de contarme los primeros relatos de su vida.
A sus 68 años demuestra una agilidad felina, elástico en sus movimientos se agarra a troncos y raíces en la subida al páramo. Acaricia con humanidad hojas y frutos que encontramos por los frondosos senderos que conducen al cerro las Palomas. Dice recolectar semillas para plantarlas cerca de su finca; “los árboles traen agua” menciona convencido. Una enciclopedia floral que no necesitó clases magistrales para dominarla. No sabe cuántas veces ha subido a estos picos, pero se enorgullece de haber sido él junto a uno de sus once hermanos quienes abrieran la sinuosa senda a la cima las Palomas, acarreando unos maderos para la construcción de una cruz que la fuerza de un rayo destrozo hace unos años. Es dulce en el consejo y paciente ante el ritmo dificultoso de su acompañante, quizás una vida de espaldas al estrés y a la ausencia de estímulos innecesarios para su supervivencia son el fruto de su contagioso sosiego. Caminando entre ejércitos de helechos, cardos puntiagudos y bosque húmedo, pisando raíces y suelos resbaladizos atiborrados de musgo, incurro en la impertinencia feliz de preguntar a Don Alberto si recibe algún tipo de pensión. Sujetando un tronco con la mirada en el próximo agarre contesta que vive al día. Ignorante de mí, olvidé la imagen de sus manos. La piel quebrada por el roce diario con la tierra, la coraza de unas uñas bañadas de un pardo perpetuo, los dedos inflados representando la búsqueda de la supervivencia diaria.
Siempre he creído en el esfuerzo, ¿pero estoy a la altura de este hombre? No es solo tu dominio de esta naturaleza y el amor a tu tierra lo que encandila Don Alberto, es la humildad y nobleza con la que afrontas la oportunidad de vivir. Después de cuatro horas de un duro caminar, acaricio lo que creía venir buscando, las hojas aterciopeladas de los frailejones. Solos en la penumbra de la cima fotografío el manto de neblina que envuelve parte de los paisajes de Sonsón, y que no permite ver la finca de mi cicerone. Compartiendo un jugo de mora de su huerta y un par de empanadas sonsoneñas pienso en las vidas que nos separan, y si es verdad que pertenecemos a edades inciertas y condiciones distintas, aquí arriba nos equilibramos y aprendo a mirar el mundo con tus ojos, con la dicha de vivir en ese remanso de sencillez en la que habitas. Gracias Don Alberto Hincapié Panesso.
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