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Puebleando por las calles y veredas de Sonsón

Puebleando por las calles y veredas de Sonsón

Tras poco más de tres horas de carretera zigzagueante pasando por las localidades de la Ceja y la Unión entre montañas que escarpan el paisaje del suroriente antioqueño, intento reducir la fatiga y recuperar el equilibrio dando mis primeros pasos rodeando el espacio público central de mi reciente destino. Al igual que muchos otros pueblos de la Antioquia dispone Sonsón de una plaza donde radicaban las instituciones de poder, las familias pudientes y el trajín comercial. Me hago una idea de su pasado imaginando personajes tomando tinto en el corredor de balcones del siglo XIX y XX, que conservan con mimo para el deleite de cámaras y plumas foráneas. En general, gran parte de las viviendas que componen el centro histórico de Sonsón se inscriben en la arquitectura regional o arquitectura de la colonización antioqueña, dando cuenta de un modelo construido y extendido por el suroccidente del país. En mi rumbo errante y despreocupado me detengo sobre el costado sur de la plaza ante el golpe estético de una de las fachadas; lo conocen como el balcón más lindo de la Antioquia. Consta de catorce balcones del mismo tamaño y estilo, coloreados de un verde claro acuarela, siendo la más pura muestra del estilo republicano. Hoy en los seis balcones de la izquierda suena el agrado de infinitas notas musicales a manos de los más de 300 chavales que acuden a la escuela de música recogida en las dos plantas del caserío; proyecto impulsado por la alcaldía con la compra de una parte del inmueble, me comenta Juan Carlos Jiménez Roldán, responsable del área turística del municipio. Juan Carlos me abre las puertas de su pueblo, un profesional apasionado de su labor y del patrimonio que mamó desde la infancia. Sus palabras me dibujan la tradición de un pueblo agricultor y lechero que pelea por hacerse un nombre en el turismo departamental. Desde uno de los balcones más lindos de la Antioquia siento un Sonsón más cercano, se percibe movimiento, pero un movimiento distante al frenesí y al agobio. Aún presentes los resquicios de su folklore en lugareños con sombrero, ataviados de botas y camisa entreabierta que dejan ver el pigmento de un pecho sufrido en la ardua tarea del campo; una estampa que las nuevas generaciones de Sonsoneños, que miran con atención a un intruso curioso apoyado sobre la barandilla patrimonial, tienden a abandonar a beneficio de la apetitosa moda globalizada. En torno a la plaza se despliegan calles rectilíneas en pendiente; el trazado perpendicular urbanístico facilita el vagabundeo de visitantes novatos que se emboban en el andar trabajoso de locales en búsqueda de sus quehaceres, una tónica diaria en la vida de este pueblo. Caminan desde bien temprano acostumbrados al fresco de un aire otoñal que ya echaba de menos, y que hoy sonroja mis mejillas. Muchos acuden a la alcaldía, gestiones bancarias, rezos en la parroquia o simplemente mercadean en las tiendecitas que guarecen en los bajos de estos caseríos centenarios. Sorprende la extensa flota de hospedaje que brinda el pueblo, quizás peco de imprudencia viajera no dándole tiempo a las sorpresas que me esperan. Lástima que un fuerte seísmo en 1962 desplomara casi al completo la antigua catedral gótica de la Señora de Chiquinquirá, de ella solo queda material fotográfico. La nueva construcción no se acerca ni por asomo a la belleza del antiguo templo, ni a la iglesia neogótica del Carmen, a cargo a día de hoy de los Padres Carmelitas.

Juan Carlos, como buen cicerone, me aconseja almorzar en el restaurante Los Olivos; delicioso consomé de pescado con uno segundo plato que aquí les muestro.

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Saboreo la gastronomía paisa desde la altura de este otro balcón. Una terraza espaciosa a escasos metros de la variedad de árboles que custodia el centro de la plazoleta; pinos, palmeras de cera, guayacanes, incluso alguna que otra secuoya californiana, plantados en diferentes isletas rodeadas de asientos donde descansan lugareños con pocos asuntos. Como acostumbran otros muchos municipios colombianos preside este jardín floral la estatua del libertador Simón Bolívar. Restaurante Los Olivos y El Balcón Familiar espacios muy recomendables donde disfrutar de tradición culinaria paisa, así como del paisaje urbano que se pierde con el verde de las laderas que retratan los alrededores de Sonsón.

Aparece en las crónicas que el año 1600 aproximadamente, estas tierras se llamaban los Valles Altos de Sonsón y que vivían allí los indios Sonsones. Otra versión habla del sonido y nombre que daban los indios a la caña brava “SUN-SUN”, de ahí su nombre. Hoy, el municipio alcanza los 46.000 habitantes, sumando los ocho corregimientos anexos, más las familias que residen entre las 101 veredas que se encuentran en su término municipal. A pesar de ser conocido como fuente del maíz su huerta es extensísima gracias a la variedad de microclimas presentes en su área, diversificando su producción en cultivos de papa, aguacate, lechuga, zanahoria, tomate, caña e higos. De las pocas zonas del país productoras de esta fruta exótica para muchos, pero muy familiar para el andaluz que os escribe. También importante en su actividad económica es la crianza del vacuno, producen más de 70.000 litros diarios que almacenan en tanques refrigerados con los que me topo en mi paseo por una de las muchas veredas. A parte del sector agrícola y ganadero, desde hace algunos años un grupo numeroso de sonsoneños han encontrado en el turismo una oportunidad de proyectar al municipio como centro cultural de Antioquia; visitantes sorprendidos quedan atraídos por su red de museos, siendo el pueblo antioqueño con mayor número. Especial atención mostré en la “Casa de los abuelos”, fundada por el ilustre doctor Alfredo Correa Henao en 1956. “La casa del abuelo tuvo un alma de tiempos bonancibles y costumbres que hicieron santo el curso de su calma, que hicieron grato el curso de sus lumbre”. Hoy este espacio alberga los restos de un pasado donado altruistamente por sus ciudadanos, objetos que reflejan la evolución de un pueblo desde los tiempos precolombinos al Sonsón del siglo XX. Recorro sosegadamente las salas repletas de tesoros que encarnan el paso de la historia de esta localidad, aún conservan el aire familiar de otras épocas cuando las familias eran numerosas y se requería de muchas habitaciones. Todos los pasos desembocan al patio principal surtido de flores propias de la región, interrumpo mi discurrir por los corredores sonriendo en la lectura del siguiente cartel justo arriba del banco de los novios.

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Me familiarizo con los utensilios y documentos de trabajo de médicos, fotógrafos, barberos, banqueros. Tuvo Sonsón incluso su propio banco fundado por Lorenzo Jaramillo Londoño, reputado empresario y comerciante, y sobre todo, gestor de gran parte de la colonización antioqueña hacia el occidente colombiano, en Caldas, Risaralda y Quindío. Con su ímpetu y capacidad llevó a convertir esta localidad en punto comercial y financiero destacado de la región, siendo por años el segundo municipio en importancia política y comercial de Antioquia, después de Medellín.

Si quieren conocer las raíces de la fiesta del maíz y la relevancia de este cultivo en el desarrollo económico y social de Sonsón la visita al museo fiesta del maíz es un deber. Víctor Santamaría amablemente te relaciona con el “desfile de los treinta peones”, representación escénica de las Memorias sobre el cultivo del maíz en Antioquia, compuesta por Gregorio Gutiérrez González, para exaltar la importancia del maíz en la cultura antioqueña. Como en toda buena fiesta popular no falta la música tradicional, el baile y la exaltación de la gastronomía. Parte importante de esta actividad folklórica fue la introducción posterior del reinado del maíz. Jóvenes sonsoneñas presentan sus candidaturas realizando diferentes actividades con el fin de recaudar la mayor cantidad de dinero posible durante los meses de campaña. La ganadora saldrá en fechas de fiesta donando todas ellas la suma recolectada para el beneficio de obras sociales de trascendencia municipal. Preciosa acción dentro de tanto jolgorio. Tiren de agenda y programen su visita entre el 12 y 15 de agosto, la tradición y riqueza folklórica de un pueblo cariñoso espera su visita.

Como pueblo maicero tiene este alimento una fuerte importancia en su gastronomía, estando la arepa siempre presente como complemento para todas las comidas. El consumo de empanada y mazamorra (bebida a base de maíz, agua, leche y panela) está también muy extendido; alimentos todos ellos con una fuerte carga calórica, excelentes para el arduo trabajo del campo. En la mañana desde bien temprano se cuelan por las esquinas olores a buñuelo, almojábana y pan de queso. Las panaderías abrieron sus puertas hace buen rato, y los primeros estómagos hambrientos se asoman a por los primeros pedidos. Pregunto por un plato o bocado diferente, nacido en el pueblo y con historia culinaria. Visito la casa de Doña Luz Elena Loaiza buscando conocer las gelatinas de pata de res. Lleva más de veinte años trabajando y conservando la receta que le mostró una vecina. En una pequeña sala blanquecida por restos de maicena comparte los trucos de un dulce que confunde en apariencia. Antes de degustarlo el instinto me conduce a llevármelo a la nariz, ni rastro de olor a vaca. Esponjoso al triturar, se deshace con facilidad, dejando huella en los labios polvorientos del comensal; por textura me recuerda a las esponjitas rosas de quiosco, pero olviden químicos o aditivos en su elaboración. La producción en su casa es pequeña y artesanal, nada de grandes equipos o maquinaria. Me comenta que antaño resultaba ser una tarea más laboriosa, pues se molía la pata con piedra, para después hervirla en agua bajo fuegos de carbón o leña, por lo cual el proceso era mucho más demorado. Los ingredientes principales para la elaboración de sus gelatinas son: la pata de res, la panela, que es traída del vecino municipio de Nariño y la maicena, la cual es utilizada en la etapa final. Añade Doña Luz Elena que tienen sus gelatinas un toque distinto a otras del municipio, con una sonrisa pícara nos revela su pincelada especial para hacerlas tan suyas. Estas gelatinas son ofrecidas al público en diferentes presentaciones: figura de peces, corderos, uvas, formas de palitos y pasa bocas. La figura del pez llama mucho la atención, siendo la que más se vende como obsequio a los familiares. Tras catar unos palitos, compro una bolsita para mi gente de Medellín. Agradecido por el recibimiento de la señora me comenta Juan Carlos Jiménez que tradiciones culinarias como las gelatinas de pata de res aportan su granito de arena en la consolidación del municipio como destino turístico.

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No solo ando prendido del patrimonio cultural de Sonsón, como amante de la naturaleza vine guiado por el ecosistema de páramos. Una importante reserva ecológica con una gran biodiversidad, encontrando especies botánicas como el frailejón, una planta agradable al tacto con hojas aterciopeladas que solo nace a más de 3.000 metros de altitud y con unas condiciones de humedad específicas. Tras una caminata sufrida de 4 horas, entre ejércitos de helechos, cardos puntiagudos y bosque húmedo sorteando raíces y suelos resbaladizos atiborrados de musgo, alcanzo los 3.350 metros de la cima de las Palomas. Me comenta Don Alberto Hincapié Panesso, noble campesino y guía de la expedición, que el páramo limita con los municipios de Argelia y Nariño, siendo una reserva inagotable de agua donde se regula la hidrología, ya que las bajas temperaturas disminuyen la evaporación. La humedad se palpa en las olas de neblina que acarician las paredes del páramo; aquí arriba nacen varios ríos y quebradas que vierten sus aguas al Magdalena y al Cauca. 68 años amando estos paisajes, 68 años de subidas y bajadas por sus cerros, cuidando y apreciando la tierra que le da la vida. Pero no todo el escenario natural que flanquea cada uno de los puntos cardinales el pueblito de Sonsón es páramo, hay muchos otros atractivos que no deben perderse: cascadas como la de Santa Mónica, peregrinación al Cerro del Capiro, Cuevas de la Danta, paisajes higueros y de maíz e infinidad de riachuelos donde remojarse tras la paz de una caminata.

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La caída de la noche deja ver otro un pueblo iluminado por la belleza de sus faroles. Luces, lucecitas, amarillas y naranjas que en atardeceres violetas desvelan las imágenes de un escenario mágico. También podría llamarse la ciudad de los faroles, un lugar que espera nuevas visitas que deseen conocer como la luz descubre puertas y portones, cada uno con su propia identidad familiar, ventanas de diversos calados, enormes tapias, bocacalles de bellos acabados. Ahora entiendo la inspiración que encontraron para su arte personajes relevantes de la cultura sonsoneña, como el escultor Pablo Jaramillo, el botánico Joaquín Antonio Uribe o Gregorio Gutiérrez González , poeta antioqueño que dedicó verso y prosa a la cultura maicera de Sonsón.

Y es que “cuando miro el conjunto de faroles esparcidos por las calles, pasajes y plazas de Sonsón, recuerdo la canción de la música colombiana: Pueblito viejo, en aquella frase… Lunita consentida, colgada del cielo como un farolito que puso mi Dios, para que alumbrara a mis noches calladas, de este pueblo viejo de corazón…” El encanto de esta tierra llama tu visita por variedad de motivos. Vengan a Sonsón a “pueblear” o “puebliar” como dicen los paisas; su historia e historias, su patrimonio natural y su gente hospitalaria y de enorme corazón desprende ese halo que todo viajero curioso espera recibir allá donde le lleve el sendero.

Especial agradecimiento a:

Oficina local de turismo de Sonsón

Hospedaje la posada del Arriero

Gabinete de comunicación de la Alcaldía de Sonsón

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Creo que empecé a escribir para sentirme más vivo. Para sentir sin coladores las historias que penetran, que dan alas o que hacen pupa; ponerlas en letras ante la pena de su irreversible devenir en vagos recuerdos. Con la idea de no olvidarlas creé este blog, para compartirlas y conseguir que permanezcan vivas. Así que anímate y dalas a conocer comentándolas, evaluándolas y publicándolas en cualquiera de las redes sociales que manejas. Es sencillo lo tienes ahí arriba a un solo click.

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¡Qué bueno que andes por aquí! Mira, te cuento. Si cuentas con cinco minutos y andas buscando un rincón diferente, un espacio donde refugiarte después del trasiego del día, te invito a conocer mis relatos, poemas, viajes y reflexiones. ¿Y por qué seguir a un docente de lengua inglesa que superada la treintena le da por escribir? Pues por el simple hecho de volvernos más humanos, de sentir las palabras como medio para encontrarnos con nosotros mismos, de entender de manera más justa al prójimo, y en la más remota de las posibilidades para sanarte, como lo hace la escritura conmigo.

Os invito a embarcar en este velero incierto que hoy parte rumbo a un mar de letras, y que deseo no se canse de navegar.

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