
Cuestión de romanticismos
El hecho de ser un nostálgico empedernido puede que tenga un precio que pagar en esta nuestra nueva era digital. Pero debo decir, que a pesar de ese romance nostálgico por lo que un día fueron las cosas, me considero optimista con el devenir de los nuevos códigos, a los que me adapto tratando de acercar mis comportamientos románticos a unos modos volátiles estandarizados, menos detallistas, donde la valía del tiempo es otra.
No os hablo hoy de un romanticismo amoroso, con un resultado sentimental ya anticipado. Me refiero a ese romanticismo que puede impregnar de magia nuestra forma de pensar, hablar y relacionarnos. Ese romanticismo que te acerca a ver el mundo desde un prisma más sensible. Profundizando en el valor real de lo que a menudo no se aprecia, debido a un frenesí rutinario que nos conduce a obviar la belleza de los momentos, de los gestos, de las palabras, del paso del tiempo sobre las cosas. Ante tanto estímulo diario que nos deriva al poseer y al hacer, eludiendo el ser y el encontrarse, se merma en nuestros sentidos esa sensibilidad que nos encamina a valorar la sencillez. Sencillez y sensibilidad. No entiendo mi evolución si no acudo al conocimiento y a la práctica de éstas.
Son incontables los marcos y circunstancias donde poder ver más allá, y aplicar mi interpretación del romanticismo. Veo romanticismo en viajeros que pernoctan en trenes cama. En los mochileros que recorren Sudamérica a dedo. En los que se comunican sin hablar el mismo idioma. En los que intentan escuchar el sonido de la lluvia. En los que escriben desde el alma subidos en colinas donde visualizan lo pequeño. En los que escuchan música y cantan de camino al trabajo. En los que aprecian el arte callejero en todas sus modalidades. En los que versionan clásicos en garitos de tercera, mejorando el producto inicial. En los que abrazan la diversidad de lo que les rodea. En los que disfrutan de una siesta en los jardines del Alcázar. En los que fotografían los recuerdos de la infancia para compartirlos con sus hijos. En los que regalan lo inesperado. En los que se aventuran a leer a Benedetti después de un desamor. En los que hablan consigo mismo antes de dormir. En los que sonríen a desconocidos sin aparente motivo. En los que corren y corren para olvidar. En los que culminan la hazaña de la maratón, y ya tienen en mente su próximo reto. En los que pierden su mirada ante la belleza de un cuerpo desnudo que duerme. En los que regalan poemas en servilletas, y creen en la magia de las palabras. En los que envían postales a sabiendas que cuentan con Facebook. En los que escuchan a los Beatles y a Camarón, y le encuentran un parecido a su arte. En los que apuestan por sueños al alcance de muy pocos, pero no queda en ellos la idea de la rendición. En los que relatan cuentos a los hijos de sus amigos. En los que hablan con los animales, encontrando cariño en sus respuestas. En los que aún utilizan las cabinas telefónicas. En los que siempre acudieron a tiendas de segunda mano, y no se consideran “vintage”. En los matrimonios que tienen por costumbre salir a bailar cualquier viernes noche. En los que pasean y hablan sin valorar el tiempo, percibiendo al final que siguen envejeciendo cogidos de la mano. En los abuelos que se esfuerzan por hacer de una tablet un medio de información y formación. En los niños que aún juegan a la peonza y coleccionan cromos. En los adultos que acuden a salas de cine alternativo en versión original. En los nietos que componen música en la alcoba de sus abuelos. En los padres que se disfrazan con sus hijos. En las tías que cosen vestiditos a sus futuros sobrinos. En los maestros que juegan con sus alumnos a la hora del recreo. En los amigos que comparten amores y cervezas en caravanas europeas. En los que visitan Praga, Viena o París recorriendo los escenarios cinematográficos de películas que marcaron su vida. En los que coleccionan sellos internacionales en cuadernos de viaje. En los pastores que recitan poesía a sus ovejas. En los que intentan reinventarse, buscando creatividad en sus palabras y acciones. En los utópicos que se emboban en lunares corporales creyendo entender el significado de cada uno de ellos. En las parejas que buscan en sus rutinas momentos para sorprender. En los que se sinceran en un diario de almohada. Y así, un sinfín.
Tiene tantos matices este espíritu romántico que podría encontrarlo en numerosos escenarios, y moldearlo con palabras hasta llegar a aburrir. Pero hoy me los reservo, y los guardo para aquellos que me conocen y comprenden mi modo de entender el romanticismo.
Lindas palabras jesu!
Perfecta descripcion de mi alma enamorada de la vida!
Fuerte abrazo!