
Amores de pino
A no más de un metro del ventanal que separa mi centro de trabajo de las ramas del robusto pino que enfunda de alegría mis continuas miradas al exterior, juguetean un par de tórtolas. A menudo revolotean por la zona. Ya las conozco, al igual que ellas a mí. A diferencia de nuestras tórtolas del sur, son estas más menudas, vistiendo un grisáceo más pronunciado con pinceladas rojizas en la parte inferior de sus alas. No parecen emitir sonido alguno, aunque no es necesario, sé cómo y dónde encontrarlas. Llevo un tiempo contemplándolas y aprendiendo de su relación.
Conocen bien los entresijos de este pino, les gusta perderse entre sus ramales buscando cobijo. Cuando cae la tarde comienza el cortejo. Corretea una detrás de otra, en un permanente pilla pilla no siempre con final feliz. Hoy parecen más alejadas que nunca. Entre el verde de los delgados filamentos que arman el follaje, acercan sus finos plumajes después de tan fatigador coqueteo. Aparentemente es un ritual diario, así vengo observándolo desde semanas atrás. Las muestras de cariño se han ido desgastando con el paso de los días. Presiento falta de química. Ya no abre sus alas al verlo llegar, ni ralentiza el paso cuando este le persigue, ni tampoco duermen cuerpo con cuerpo palpando sus respiraciones minutos antes de darle veda al mundo de los sueños.
Es curiosa la persistencia y entrega del ave. A pesar de las dudas de su compañera parece alineado a una monogamia perpetua. Cada mañana en su batalla por la supervivencia la tiene presente. Imagino que vuela y vuela en busca de nuevas aventuras, rastreando nuevos escenarios románticos donde llevar a su tórtola, perpetrando diferentes hazañas que compartir, empapándose de todo lo que le brinda el día para regalárselo sin esperar ni desear nada a cambio. Vuelve al caer la noche sobre Laureles, quizás con la ilusión desdibujada de reinventar su relación. Ha llegado confiada, así lo expresa la firmeza de sus ojos cuando la mira. Extiende sus extremidades y aletea con fuerza. Intenta deshacerse del polvo del día, se adecenta el pico entre las plumas de su pecho, y rasga la madera del pino afilando sus garritas. Percibo que ha trazado un plan, y sin mirar atrás se dirige hacia ella, no hay nada que temer cuando se habla desde el alma. Conocedora del rito diario, se le ve cauta, pasiva. Tras un periodo de dudas, seguramente ya tiene una decisión. El encanto del cortejo había muerto hacía tiempo para ella. Y aunque valora la dedicación de su lindo compañero, sus actos, sus historias, su vuelo, su físico, ya no erizan lo más profundo de su ser.
Es alucinante, las tengo a mi lado. No hay sonido ni movimiento. Solo silencio, silencio; pero un silencio que habla, y que empieza a penetrar mi coraza emocional. Petrificado ve en los ojos de ella su propio reflejo. Pero no solo su cuerpo, sino también su mente, a través de la cual aparece proyectada ella. Y parece distinta, una imagen diferente del ave que cree amar. Un amor surgido de la emoción por medio de la razón. Extrañado, da un par de pasos hacia detrás. No comprende esta distorsión sentimental que recorre sus pensamientos y nubla su concepto de amor hacia ella. Es todo tan confuso… Capto como mueve la cabeza de izquierda a derecha, le golpea una sinrazón que obstruye el flujo del raciocinio y la emoción. Se encuentra bloqueado. Siente que un puño frío le aprieta el corazón, y que aunque este bombea más rápido le falta el oxígeno. ¿Es todo esto un sueño?, parece estar pensando. La idea le consume. Lo sé porque parece perder el equilibrio, y recula hacia el exterior de la rama un poco más. Soñaba con amarla. Tanto amor en un sueño, y quizás era solo eso, un sueño. Había escuchado a su corazón, antes que interviniera la cabeza condicionada por la memoria, la cual complica todo con órdenes del pasado, con prejuicios que enferman y con miedos que encadenan. Sorprendentemente la vuelve a mirar fijamente como segundos atrás y escucha un mensaje ya conocido por su consciente: Ama hasta convertirte en lo amado, más aún, hasta convertirte en el verdadero amor.
Repentinamente aletea y le da la espalda, quedándose inmóvil al borde de la rama. Entonces, alza el cuello y me encuentra boquiabierto al otro lado del ventanal. Me deslumbra su mirada triste y perdida, no dudo en mantenerla mostrándole mi compresión. Conozco tu sentir. Pero toca mirar hacia delante pequeño amigo. Es hora de bailar. Baila en el dolor. Baila en medio de la pelea. Baila en tu interior. Baila y vuela. Vuela y deja este árbol. Vuela y porta esa alegría por amar que has mostrado en la historia de tus días. Ya tienes un alma a cargo a la que amar, y eres tú. Vuela.
Comentarios recientes