
Prosopagnosia
Creo que comencé a valorar los diferentes matices entre las voces aquel martes de Flores. Fue en fiestas locales cuando adquirí el noble vicio de grabar sus encuentros, y no por mi vena de nostálgico irredento, sino por la repugnante necesidad de reconocer. Siempre se despedían tristemente en los aledaños de San Antonio; era como si todo lo que había que contarse después de meses de ausencias quedara reservado para ese espacio. Con los años llegué a comprender que lo que realmente nos unía era nuestra incondicionalidad al sufrimiento.
Mis grabaciones retuvieron momentos exageradamente bochornosos y dignos de ser enterrados en el más profundo de los olvidos, quizás por eso seguía acudiendo en su búsqueda, en el inamovible deseo de que esta relación alegrase lo irremediable. Una vez más, con la cabeza gacha y el semblante frío entraron en diferentes vagones soportando el peso de sus corazones, y una llovizna de pensamientos sesgados impulsada por un mar de rostros desconocidos conectó mi mente con otras dos nuevas almas inocentes, por donde el tiempo todavía no se había atrevido a anunciar mi irrevocable destino.
Comentarios recientes