
No me digas “Te quiero”
¿Qué sentido le brindamos a un “te quiero”? ¿Resulta el querer un deseo perecedero, instintivo y egoísta o una tarea laboriosa, compartida, con sus sombras y destellos, que trabajar a diario como cualquier otro arte? Dicen que nacemos y sobrevivimos queriendo y sintiéndonos queridos, pero parece que no todos los intérpretes de vida pintan el querer con la misma paleta de colores.
No me digas te quiero
Tenía la bella costumbre de hacérselo después del desayuno.
Era cuando más le gustaba
consumíamos calendarios donde los meses sabían a eso que los románticos creen llamar amor.
La besaba de pies a cabeza, memorizando la sensibilidad de su dermis.
La desvestía aun estando ya desnuda
apartando las sábanas como cortinas que me conducían a los entresijos de la locura.
Qué decir de su espalda, un callejero imantado para mi boca errante.
Las cosquillas de sus pies tibios debajo del edredón.
No había forma de no enredarse en su lengua,
de eternizar los días en la isla de su cama.
Olía su cuello como huele el azahar en primavera,
estacional, intenso, embriagador.
Borracho me recostaba en su pecho
y allí sin mapa, ni brújula, ni manual de instrucciones
viajaba con mis manos a la perfección de su pubis
estremeciendo en suspiros en la sinapsis de sus piernas.
Con los días y la experiencia, en el jadeo de nuestros cuerpos
sentí lo irremediable,
un corazón latir diferente, más acelerado.
Entonces la agarré por la cintura
y en el frenesí de nuestros pulsos me dijo te quiero,
allí, como en tantas otras camas calientes
me arrugué, y mi pulso a diferencia del suyo
se enfrió para siempre.
Me muero. Este suena mucho a historia verdadera, a momento clave. Pero no está todo perdido Jesús….ya hablaremos de esto en alguna cena española, entre brebaje y brebaje, que dirían los marinos.