
Cuando se la metía
¿Hasta qué punto somos capaces de dar a pesar de no ser correspondidos? ¿Nos merece convertirnos en objetos de uso esporádico siendo conocedores del abuso que sufre el espíritu cuando se penetra la carne, pero no el alma? A veces -y cada vez más frecuente- solo somos materia de deseo para los que nos desnudan, nos intiman, nos descubren. A pesar del gozo físico de los cuerpos, debajo, en las profundidades de la carne, donde aguardan los sentires nobles, podemos encontrarnos con seres variopintos, e incluso bipolares, unos racionales, más cerebrales y con pocos escrúpulos, otros emocionales, espirituales y muy fieles cuando le sacuden las entrañas. Éstos últimos, nublados por el principio de sensibilidad, se exponen a la obsolescencia programada de relaciones abanderadas por la infidelidad, la dependencia y el autoengaño. Un mundo tóxico y adictivo, que nos vuelve marionetas al servicio de un amor que nos destruye.
Cuando se la metía
Ando en la cuenta de que estaba harta.
Harta de la tristeza de sus paredes
de la melancolía de unos cuadros que compró para contentar su abandono,
del frío de mis conversaciones,
de lo inverosímil de mis promesas,
siempre en la oferta de tréboles de hojas pares que adornasen mis ausencias,
o de mirlos blancos que anunciaran mis presencias,
mera palabrería dentro de mi país de nunca jamás.
Harta de un corazón hipotecado a una noche entre sus piernas
de un futuro sin presente, y un presente sin pasado,
de perfumes de otros paisajes corporales cuando frotaba mi pelo,
de otros nombres que volaban en mi lista de viernes noche,
de la ausencia de caricias tras la fiesta hormonal que nos unía.
Harta de mis respuestas estandarizadas, sí, no,
tal vez mañana.
Mañana, tardes y noches de desconcierto
interrogando a su almohada el paradero de mi corazón de plastilina.
Harta de ser la sirvienta de mis días de soledad y sus decretos,
de no saber por qué vivíamos en la misma cama,
de la hipocresía de una boca sensible a carnes efímeras, fugaces, volátiles,
pero tan placenteras,
del carmín que no escondían los pliegues de mis labios y menos mi consciencia.
Harta de no saber por qué aún me quería.
Esto es lo que sabía que pensaba
cuando se la metía.
Me encanto!!