
Historias que aprendí en una cama
Una cama deshecha donde se jugó a ser feliz, un recuerdo que se aferra al aprendizaje debajo de unas sábanas. Un ayer que parece no acabar nunca.
Historias que aprendí en una cama
No sé, siento que llevo meses perdido en los vestigios de una habitación.
Pegado a la nostalgia de unas sábanas.
Amarrado a un colchón que consiguió pactar un acuerdo vitalicio con la alegría a favor de un huésped tímido.
Recuerdo el tacto de una almohada cómplice de mis secretos,
una cabecera que estampó el rugido de la primavera,
unos cabezales giratorios que soportaban la gravedad del buen sexo,
en fin, una cama,
solo era eso, quiero creer,
una cama donde aprendí a evitar el pegamento de la rutina,
donde abandoné el miedo a jugar con la piel,
donde entendí que la palabra CUERPO es demasiado perfecta para escribirla en minúscula,
y menos en un poema triste.
En aquella cama me atreví a querer a unos labios febriles y a unos ojos añiles
y todo cuánto se reflejaba allá dentro.
A dar besos y mordiscos sin preaviso, y aún mejor, a terminarlos sin condiciones.
No sé, siento que por fin descubrí que lo más cercano a un amor juvenil tardío se teje entre cuatro esquinas y un edredón,
cuando la carne se mezcla sin ataduras racionales,
y el mundo entero se congela tras caricias postcoitales,
y el peso de uno sobre el otro está limpio de resentimientos
y responsabilidades.
En aquella isla sin agua ni palmeras
puse la vida a su servicio, el corazón boca abajo y el alma de puntillas,
porque di con la tecla, como hacen los pianistas honestos,
que no reniegan de la sensibilidad al tocar la suave sinfonía de unas costillas planetarias.
Me gusta amigo…
Muy profundo , e interesante
Encontré tu blog y me encantó, te seguiré leyendo!