
Batalla contra el miedo
Todos conocemos esa voz interna que acalla nuestros deseos, proyectos, sueños; un reclamo constante que intenta debilitar todas nuestras potencialidades. Los hay que la dominan, y han dado con la fórmula de pisotearla y renegar de su existencia confiando plenamente en sus capacidades, aunque inflando desorbitadamente su ego por falta de escucha interior. Otros han encontrado el siempre difícil equilibrio y saben de la necesidad de tenerla presente por el bien de la prudencia, sin que su consejo coarte los cambios y el rumbo de sus vidas (toda una hazaña). Y por último están los que se esconden y se castigan. Andan perpetuos en el deseo de desarrollarse, esperando que el viento algún día sople de manera vertical, pero el milagro no aparece y la vida se les pasa escondidos en la pena de nunca llegar a ser lo que merecen.
Batalla contra el miedo
Hoy quiero parecerme a uno de esos tantos que tienden aparentar lo que no son,
y mira que llevo años haciéndolo.
Tipos que al despertar se miran al espejo del ego
dan los buenos días en sus redes
y se embalan de atuendos casuales y perfumes bohemios,
para luego partir sin rumbo definido a comerse el mundo repitiéndose lo que valen.
Hombres de cuerpos completos y espíritus convincentes para el tiempo en el que viven. Al menos así me lo parecen.
Poderosos embaucadores en la prosa que acuden a la cacería de gafas pastas y miradas hormonales.
Los tengo vistos desde el parque de mi adolescencia donde aún aguanto,
aunque últimamente sigo sus pasos por los cafés del barrio.
Se mueven con un libro de cubiertas desteñidas bajo el brazo –siempre es el mismo-,
así aseguran al público las bases de su intelecto.
Por la noche se familiarizan con varios autores, memorizan un par de versos y antes de ir a la cama diseñan diálogos utópicos,
con esto le es suficiente para desgranar los males del mundo,
dar lecciones en el arte de amar
y mostrarse inconformistas con la banalidad de los tiempos.
Llevo meses escuchándolos,
irradian plenitud en la convicción de sus monólogos,
pero quieren ser tan perfectos que dan asco.
Aún así quiero parecerme a esos hombres,
Aprender a desabrocharme la chaqueta metálica del miedo
y lanzarla a una piscina de pirañas hambrientas.
Copiar mil veces sus rutinas sobre las hojas de mi timidez
y desanclar el timón de mis prejuicios.
Ya es hora de tatuarse la palabra confianza en la frente
como señal de conquista.
Respirar su mismo aura y filtrar la mierda que no me gusta,
A ver si así, de una puta vez,
me entero quien debo ser.
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