
A diferencia de mí
La metáfora no siempre funciona
Como prometí volví a buscarla,
a ponerle de nuevo monedas a aquel amor,
a recitarle versos por Sabina
por si algún día a la melancolía le daba por desalojarse de nuestra cama.
A desarrollar la ideología de metáforas que patenté para quererla
y revivir el azul de aquella felicidad contagiosa que inventamos.
Ella me sabía a una vida en azul,
un vida sin resquicios, como el cielo de Andalucía.
Impoluto, eterno.
Pero la distancia jugó sus cartas,
y se convirtió en un muro infranqueable
que ella afrontó sin escalera, a diferencia de mí.
Tristemente no alcanzó un acuerdo con el olvido como le propuse
y sus recuerdos cada vez más escurridizos disecaron la memoria de lo que fuimos.
Ella sonreía,
pero sonreía distinto a diferencia de mí.
Era una sonrisa vacía, como esas que se exhiben en el escaparate de la noche.
Así resultaba ahora mi presencia ante ella,
vacía,
desconocida.
Como la mañana que se despierta tras un polvo al lado de una de esas sonrisas: Fría.
A diferencia de mí, perdió el talento de hacerme el amor en verso
y a jugar con la rima de nuestros cuerpos,
pues el tiempo volvió su piel asonante y no encontré vocales para sensibilizarla
y retomar el encaje de nuestras extremidades.
Lo intenté. Créanme que lo intenté.
Le hablé de viajes,
de nuevos amigos.
Le propuse descubrimientos
y un nuevo nosotros.
Renunciar al azul, y comenzar una vida bajo otro color.
Pero ella parecía ya no entender mis metáforas, y comenzó a crear las suyas,
como mecanismo de defensa.
Fue entonces cuando entendí que nuestras vidas andaban en contravía,
que ella concebía el corazón como una alcancía a llenar,
y al suyo, a diferencia del mío,
no le quedaba más espacio,
más espacio para mí.
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